En la primavera de 2015, y de la mano de mi amigo Gonzalo Aguilar – experto en gerencia de riesgos -, me reuní con un alto ejecutivo de una aseguradora especialista en seguros médicos. La experiencia fue de esas que se enmarcan en la memoria de uno, para recordar la nula visión tecnológica de quienes tienen la obligación, precisamente, de ver oportunidades y apostar por ellas en beneficio de sus empresas y de la sociedad.
La cuestión que planteé, con un estudio propio realizado sobre lo que ya en aquel entonces estaba ocurriendo en USA y, muy especialmente, en India, era una propuesta de telemedicina. No solo desarrollé el ámbito de actuación, la conveniencia de respaldo curricular de los médicos y especialistas, sino también ofrecí las herramientas de soporte informático y – en caso de no asegurados – canales de pago. El asegurador tenía, por entonces, un problema de ubicación geográfica de sus servicios, de extrema calidad, por lo que era un candidato perfecto para un emprendimiento en el que se podía extender la cobertura de gran parte de sus productos a todo el territorio y, además, a españoles desplazados por el mundo.
La respuesta del directivo fue rotunda: “No creo que nadie jamás confíe su salud a una videollamada”.
Tan solo ocho años después, son multitud las aseguradoras que ofrecen algún servicio de e-Health, como se le ha dado en llamar a la medicina a distancia a nivel mundial. Hallamos asistencias de urgencias, otras de continuación y, también, opciones de segunda opinión médica. Según parece, no hay declarados problemas asociados a la praxis médica y, en general, podemos interpretar que el prestador del servicio, cuando detecta que el caso debe derivar a una asistencia física tradicional, actúa con prudencia y el tratamiento de la consulta continúa presencialmente.
Tal vez una de las dos evoluciones posibles que aún no se han implementado en España, al menos de un modo intensivo, sea la conectividad con IoT, esto es, con dispositivos de control o medición que puedan transmitir lecturas del estado del enfermo o administrar dosis a distancia bajo supervisión del médico. También podrían estos dispositivos disparar alertas que provocarían la actuación profesional, en lugar de ser esta bajo demanda o con el típico modelo de programación en agenda. Esto cambiaría la calidad de vida y seguridad de muchos pacientes crónicos y sería especialmente valioso en ámbitos rurales o para pacientes con movilidad reducida.
La segunda de las cuestiones pendientes es la aplicación de la IA (Inteligencia Artificial). En el pasado reciente hallamos literatura abundante de casos en los que una IA, convenientemente entrenada, ha sido capaz de identificar la patología del paciente con una velocidad y reducción de errores mayor que aquella que demostraron sus “colegas” de carne y hueso. Este comentario, claro está, puede herir sensibilidades profesionales, pero lo cierto es que en todos los ámbitos de la actividad humana la IA ha llegado para quedarse y es mejor que vayamos interpretando los beneficios y el auxilio que puede prestar al profesional que las fibras emocionales que toca el hecho indiscutible de su eficacia. Visualizo, por tanto, al médico auxiliado con esta suerte de “calculadora”, colaborando con la IA en pro de su paciente.
Pero, como todo en la vida, una gran oportunidad para todos puede ser convertida fácilmente en una amenaza para muchos y extremar el beneficio para unos pocos. Ahí entra en juego la conducta, hija de la ética -o de su antítesis – del asegurador.
El reto es doble. Para una respuesta ética por parte del asegurador, un cambio de formato en la prestación profesional como es la asistencia remota, no debería implicar estrangular aún más a los médicos, fuertemente afectados con unos honorarios que no se revalorizan desde la década de los ’90 en muchas aseguradoras. Recomiendo muy sinceramente leer los argumentos de UNIPROMEL y su presidente Ignacio Guerrero al respecto.
Por otra parte, tenemos el riesgo asociado al dato. Un dato que las aseguradoras de salud deben utilizar de un modo especialmente restringido y, jamás, para interpretar que su cliente sufre una agravación de riesgo, algo prohibido expresamente por el artículo 11.2 de la Ley de Contrato de Seguro. Por tanto, medidas tales como echar a la calle al asegurado o aplicarle recargos por uso del seguro o agravación de sus condiciones de salud debería ser denunciado sin contemplaciones.
Algunos elementos de la actual oferta aseguradora me hacen temer que por ahí vayan los tiros de ciertos actores. Para hacernos una idea, no es conveniente para garantizar la solvencia del asegurador que el gasto en servicios médicos supere el 65% o 70% de la prima neta (sin impuestos) pagada. Si atendemos a que hay propuestas por 24€ al mes o menos, eso nos dice que si consumimos en torno a 200€ anuales en actos médicos pasamos a ser clientes “non gratos”. Eso se soluciona excluyendo motivos de consulta/tratamiento, pagando peor a médicos dispuestos a cobrar una miseria y echando a la calle a los asegurados deficitarios quedándose con los mirlos blancos que están como una rosa. ¡Todo un muestrario de buenas prácticas, como ves!
Soy un firme creyente del valor de la tecnología aplicada al servicio del ser humano, del mismo modo que sé que ello no está exento de riesgos. Por tanto, disfrutemos la innovación que va camino de sorprendernos a diario, pero mantengamos un ojo abierto. Y, si quieres evitar errores de bulto, consulta siempre con un corredor.